2017年5月15日月曜日

Carlos Fuentes murió カルロス・フエンテス歿 (2012年) toros (再録・補遺)

時が経つのは速いもので、メキシコの世界的作家、批評家、カルロス・フエンテス Carlos Fuentes Macías (1928年11月11日 - 2012年5月15日)が亡くなって今日で5年になります。

Los toros y Carlos Fuentes
En opinión del escritor mexicano Carlos Fuentes, la ruta de los iberos nos "lleva hasta el primer gran lugar común de España, la plaza de toros... En la plaza de toros el pueblo se reúne, en lo que una vez fue Un rito semanal, el sacrificio del domingo en la tarde, el declive pagano de la misa cristiana. Dos ceremonias unidas por el sentido sacrificial, pero diferentes en su momento del día: misas matutinas, corridas vespertinas. La misa, una corrida iluminada por el sol sin ambigüedades del zénit. La corrida, una misa de luz y sombras, teñida por el inminente crepúsculo."
Una honda reflexión alrededor de la esencia de lo táurico o lo taurino abre su magnifico libro "El espejo enterrado" en el que ensaya una síntesis de elucidación del mundo hispánico.
"En la plaza de toros, el pueblo se encuentra a sí mismo y encuentra el símbolo de la naturaleza, el toro que corre hasta el centro de la plaza, peligrosamente asustado; huyendo hacia adelante, amenazando pero amenazante, cruzando la frontera entre el sol y la sombra que divide al coso como la noche y el día, como la vida y la muerte. El toro sale corriendo a encontrarse con su antagonista humano, el matador en su traje de luces.
¿Quién es el matador? Nuevamente, un hombre del pueblo. Aunque el arte del toreo ha existido desde los tiempos de Hércules y Teseo, en su forma actual sólo fue organizado hacia mediados del siglo XVIII. En ese momento, dejó de ser un deporte de héroes y aristócratas para convertirse en una profesión popular. La edad de Goya fue una época de vagabundeo aristocrático, cuando las clases altas se divirtieron imitando al pueblo y disfrazándose de toreros y de actrices. Esto le dio a las profesiones de la fárandula un poder emblemático comparable al que disfrutan en la actualidad. Los toreros españoles han sido tan idolatrados como Elvis Presley o Frank Sinatra en nuestro propio tiempo. Como éstos, representan el triunfo del pueblo.
Pero el toreo es también, no lo olvidemos, un evento erótico. ¿Dónde, sino en la plaza de toros, puede el hombre adoptar poses tan sexualmente provocativas? La desfachatez llamativa del traje de luces, las taleguillas apretadas, el alarde de los atributos sexuales, las nalgas paradas, los testículos apretados bajo la tela, el andar obviamente seductor y autoapreciativo, la lujuria de la sensación y la sangre. La corrida autoriza esta increíble arrogancia y exhibicionismo sexuales. Sus raíces son oscuras y profundas. Cuando los jóvenes aldeanos aprenden a combatir a los toros, muchas veces sólo pueden hacerlo de noche y en secreto; acaso cruzando un río, desnudos o en un campo de abrojos, desgarrados, entrando sin auterización al cortijo del rico, aprendiende a combatir los toros prohibidos, en secreto, ilegalmente, en la más oscura hora de la noche. Tradicionalmente, los torerillos han visto una tentación en este tipo de encuentro porque, impedidos de ver al toro en la noche, deben combatirlo muy de cerca, adivinando la forma de la bestia, sintiendo su cuerpo cálidamente agresivo contra el del novillero que, de esta manera, aprende a distinguir la forma, los movimientos y los caprichos de su contrincante.
El joven matador es el príncipe del pueblo, un príncipe mortal que sólo puede matar porque el mismo se expone a la muerte. La corrida de toros es una apertura a la posibilidad de la muerte, sujeta a un conjunto preciso de normas. Se supone que el toro, como el mitológico Minotauro, ha nacido totalmente armado, con todos los dones que la naturaleza le ha dado. Al matador le corresponde descubrir con qué clase de animal tiene que habérselas, a fin de transformar su encuentro con el toro, de hecho natural, en ceremonia ritual, dominio de la fuerza natural. Antes que nada, el torero debe medirse contra los cuernos del toro, ver hacia dónde carga y enseguida cruzarse contra sus curnos. Esto lo logra mediante la estratagema conocida como cargar la suerte, que se encuentra en el mello mismo del arte del toreo. Dicho de la manera más sencilla, consiste en usar con arte la capa a fin de controlar al toro en vez de permitirle que siga sus ínstintos. Mediante la capa y los movimientos de los pies y del cuerpo, el matador obliga al toro a cambiar de dirección e ir hacia el campo de combate escogido por el torero. Con la pierna adelantada y la cadera doblada, el matador convoca al tore con la capa: ahora el toro y el torero se mueven juntos, hasta culminar en el pase perfecto, el instante asombroso de una cópula estatuaria, tore y torero entrelazados, dándose el uno al otro las cualidades de fuerza, belleza y riesgo, de una imagen a un tiempo inmóvil y dinámica. El momento mítico es restaurado: el hombre y el toro son una vez más, como en el Laberinto de Minos, la misma cosa.
El matador es el pretagonista trágico de la relación entre el hombre y la naturaleza. El actor de una ceremonia que evoca nuestra violenta sobrevivencia a costas de la naturaleza. No podemos negar nuestra explotación de la naturaleza porque es la condición misma de nuestra sobrevivencia. Los hombres y mujeres que pintaron los animales en Ia cueva de Altamira ya sabían esto.
España arranca la máscara de nuestra hipocresía puritana en relación con la naturaleza y transforma la memoria de nuestros orígenes y nuestra sobrevivencia a costa de lo natural en una ceremonia de valor y de arte y, tal vez, hasta de redención.
Estas y muchas más cosas escribe Carlos Fuentes en ese "El espejo enterrado", que es ya, desde su reciente aparición en España en 1977, un clásico. Por eso, y como me siento incapaz de redactar un texto que ni siquiera se le aproxime, le robo unos párrafos de su prosa sabia y fresca,y se los regalo a todos ustedes.
No se puede regalar nada mejor.

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